La cita
Anochecía. Las primeras estrellas aparecían entre los edificios mientras yo
esperaba. Había deseado tanto aquel momento…
Ella venía en el metro; estaba a tres estaciones: así
decía el mensaje de texto que acababa de recibir. El ruido de una sirena motivó que retirara la vista de la pantalla.
Una ambulancia pasaba a toda velocidad atravesando la calle. Me levanté de mi
asiento, caminé unos diez pasos hasta que un policía me empujó al pasar
corriendo.
Acomodé mi ropa y controlé la hora del teléfono. Ana
tendría que estar por llegar. Volví sobre mis pasos hacia el lugar donde
habíamos quedado, ya
que nunca nos habíamos visto en persona. Encendí un cigarrillo para hacer
tiempo; era mentolado: ella odiaba el tabaco.
Entre una y otra calada, miraba el reloj. El bullicio
crecía. Ana estaba retrasada; tal vez, por lo que estaba ocurriendo más
adelante -un accidente quizás-. Las corridas se multiplicaban. A los
uniformados se les sumaban civiles. Yo estiraba el cuello pero solo veía las
luces de las sirenas. Marqué su número; del otro lado sonó directamente el
contestador. Corté.
Para aquel entonces, la muchedumbre se agolpaba. Había
pasado una hora y aún seguía sin noticias de ella. Aspiré el humo hasta quemar
el filtro; era el último cigarrillo… –ella odiaba el tabaco-. Al arrojarlo al
suelo desparramó sus brasas. Lo pisé. Eché una mirada en dirección a las luces,
al tumulto; tomé las flores y me fui hacia el lado contrario.
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